Aportar las condiciones para una crítica de las prácticas y los discursos en que estamos inmersos. Ésta parece hoy la misión más clara de un museo de arte contemporáneo. La coherencia de sus formatos expositivos y sus ejercicios didácticos con esta función fundamental es quizá el modo más eficaz de contrastar la solidez de su actividad.
El ciclo Amikejo, comisariado por Latitudes en el Laboratorio 987 del MUSAC, desarrolla con acierto una vocación crítica ineludible. Explicitando simbólicamente su posición, inscrita en el territorio ambiguo de una “sala de proyectos”, los comisarios Max Andrews y Mariana Cánepa extienden un horizonte de discusión común, delimitado por las referencias a Amikejo, un estado neutral y esperantista de breve existencia. Sobre este fondo se entrecruzan, buscando una comunidad de lenguaje, las propuestas de cuatro parejas de artistas. La de Iratxe Jaio (Vizcaya, 1976) y Klaas van Gorkum (Países Bajos, 1975) es la segunda de estas propuestas.
El proyecto parte de una circunstancia de la historia familiar de Klaas van Gorkum que debe explicarse. Su abuelo, Jos van Gorkum, dedicó buena parte del tiempo de su jubilación a la talla de objetos de madera. Se servía para este propósito de un torno que le habían forjado sus antiguos compañeros de fábrica. Jos van Gorkum regalaba las piezas resultantes a familiares y amigos, o bien las vendía para completar sus ingresos de pensionista. A su muerte, legó a su hijo una caja con los recortes de revistas, dibujos y patrones que constituían la guía de su trabajo de aficionado. Esta herencia familiar se convierte en el punto de partida de un proyecto artístico que, contra lo que pudiera imaginarse, no es condesciende en ningún punto a la idiosincrasia biográfica ni somete al receptor a penosas confidencias íntimas. Al contrario: lo que interesa a Jaio y van Gorkum no es la anécdota en sí misma (por grande que pueda ser su carga emocional), sino lo que en ella se desvela de generalizable.
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