Cuando un artista parte en su trabajo de alguna circunstancia biográfica cabe temer que el público se vea sometido a una serie de penosas confidencias íntimas, más o menos explícitas, que encontrarían mejor destino en un psicoanalista. Por fortuna, Iratxe Jaio (Markina-Xemein, Bizkaia, 1976) y Klaas van Gorkum (Delft, Países Bajos, 1975) saben resistirse con éxito a esta tentación. Los dos proyectos que aquí presentan entroncan con la historia familiar de cada uno de ellos, pero no la conciben como una carga emocional, sino que la aprovechan en cuanto cruce de prácticas sociales.
Por un lado comparece el abuelo de Klaas van Gorkum, antiguo trabajador de una fábrica de hélices que dedicó buena parte de su jubilación a la talla de objetos en madera. Se servía para este propósito de un torno forjado por sus compañeros de fábrica. Jos van Gorkum regalaba las piezas resultantes a familiares y amigos, o bien las vendía para completar sus ingresos de pensionista. A su muerte, llegó a manos de su hijo, el padre de Klaas, una caja con los recortes de revistas, dibujos y patrones que constituían la guía de su trabajo de aficionado. Por otro lado, el punto de partida es una escena fijada en los recuerdos infantiles de Iratxe Jaio. En Markina, desde hace años, las mujeres se reúnen en pequeños grupos para terminar a mano las piezas producidas en las cercanas fábricas de caucho. Las piezas salen de las máquinas con unos bordes irregulares que deben recortarse manualmente. Puesto que el coste del procesado en la fábrica sería demasiado elevado, este se confía de modo informal a algunas mujeres –hoy en día, sobre todo, inmigrantes– que lo van completando a escondidas en pisos y lonjas del pueblo. Se trata de un trabajo no regulado, monótono y mal pagado, al que las mujeres inmigrantes dedican los ratos libres que les deja su principal ocupación como cuidadoras o personal de limpieza.
Pues bien, la caja de recortes heredada y el recuerdo infantil no son aquí sino los desencadenantes del trabajo artístico de Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum que, en ambos casos, saca a relucir una diversidad de formas de producción. El pesado imaginario de las máquinas industriales a pleno rendimiento ejerce de centro de gravedad en la sombra: no es la fábrica misma la que interesa, sino sus márgenes. Tanto el trabajo informal de las mujeres de Markina como el ocio del jubilado Jos van Gorkum están condicionados por la presencia de una fábrica que extiende su callada eficacia en el tiempo y en el espacio. En efecto, el torno que utilizaba Jos van Gorkum fue forjado en su antigua fábrica y, más importante aún, el tiempo del que disponía lo había ganado en compensación de sus años productivos. Al fin y al cabo, la jubilación funciona en el conjunto de la vida individual como el tiempo libre en la distribución temporal diaria: como una extensión de tiempo en la que el individuo, situado al margen de la producción laboral, puede disfrutar de un descanso merecido.
A este margen temporal se le ha atribuido en la sociedad industrializada una función compensatoria. Así, durante años la actividad de Jos van Gorkum estuvo destinada a la producción de mercancías y por tanto, según el clásico análisis de Marx, sometida a la alienante lógica de la plusvalía capitalista. Tras la jubilación, recuperó el control de su propio trabajo, dedicándolo a la producción de piezas artesanales en las que podía reconocerse. Se trataba de objetos utilitarios (lámparas, atriles, cuencos…) que, en algunos casos, vendía. Su razón de ser, sin embargo, residía en el trabajo gustoso invertido en ellos, y no tanto en su supuesto valor de uso (a menudo sólo aparente) ni en la exigua cantidad de dinero que le brindaban. No eran mercancías ni útiles, sino ocasiones para una búsqueda privada de la autoexpresión y la vida feliz en el dichoso margen temporal de la jubilación.
Frente a Jos van Gorkum, las mujeres que se afanan en las lonjas de Markina ocupan un lugar doblemente marginal. Su ocupación se desarrolla en los márgenes de la fábrica, sí, pero también al margen de los derechos laborales que en ella se disfrutan. Esta práctica informal de trabajo a destajo, privada de todo control administrativo y de cualquier protección social, es el reverso paradójico que necesita la fábrica para sostener su asentada regulación de tiempos y derechos con el beneficio deseado. Vista desde las lonjas de Markina, la posición de los trabajadores de la industria del caucho, y por extensión la de Jos van Gorkum, aparece marcada por un privilegio exclusivo. El tiempo libre del que ellos disfrutan en los márgenes de su jornada o de su vida laboral se revela como un concepto cortado a la medida del trabajador asalariado europeo: las mujeres inmigrantes con empleo irregular no disponen de tiempo libre, sino de tiempos muertos destinados al trabajo a destajo. Mientras Jos van Gorkum podía dedicarse a la práctica satisfactoria de la artesanía en madera, las mujeres de Markina se ven empujadas a una ocupación monótona y alienante: no pueden reconocerse en las piezas que contribuyen a producir, y sus formas abstractas ni siquiera les permiten imaginar el uso concreto que tendrán en la industria de automoción.
Además del trabajo industrial, la ocupación a destajo y la actividad del aficionado, la cuarta forma de producción presente en estos proyectos es la de los propios artistas, que guarda con las demás una relación ambivalente. Por momentos, Jaio y van Gorkum se aproximan al resto de formas de producción hasta incorporarlas del modo más literal, adoptando con sus propias manos las rutinas de movimiento que las caracterizan. Pero, al mismo tiempo, el recurso al vídeo les permite mostrar los procesos productivos (hasta los suyos propios) como algo externo, objetivable, dado. Respetan lo específico de cada proceso y lo aprovechan para sus propios fines: se trasluce aquí una velada referencia al lenguaje del ready-made, que se subvierte a la par que se cita. El fin último no es la apropiación artística de objetos extraídos de su contexto productivo, sino precisamente la exposición de tal contexto, los procesos que lo animan y las contradicciones que lo atraviesan. Desencajando las diversas formas de producción del entramado vital en que se ejercitan y exhibiéndolas yuxtapuestas, del modo más desapasionado, son ellas mismas las que revelan las relaciones que las vinculan y oponen. La actividad artística opera aquí en los márgenes del quehacer de aficionado de Jos van Gorkum y del trabajo a destajo de las mujeres de Markina –ambos, a su vez, en el margen de la fábrica–, y al hacerlo así se cuestiona sobre la forma de producción que le es propia.
La posición del artista, precaria y privilegiada a un tiempo, le permite hacer legible el contexto social precisamente desde la marginalidad; ahora bien, la valía de este mismo gesto de exposición quedaría en entredicho si no salieran a la luz las condiciones –políticas– que lo hacen posible. Así lo entienden Jaio y van Gorkum en estos proyectos, donde la obra consiste en última instancia en la iluminación y el cuestionamiento de una serie de procesos productivos, y no en la glorificación del resultado concreto de tales procesos. Frente a la estetización de lo político que supondría esto último, Jaio y van Gorkum proponen una politización de lo estético, que no discurre por el fácil camino de la soflama ideológica, sino a través de una reflexión crítica sobre las condiciones de la propia actividad. Su estrategia revela una vía fructífera para deslindar el arte de la lógica espectacular y fantasmagórica de la mercancía, emparentándolo con la investigación social y, al mismo tiempo, reivindicando lo más propio del arte: brindar a nuestra autocomprensión caminos inéditos, marginales.
Jaime Cuenca