No podía creer que alguien tuviera la misma historia que yo es el título de la instalación que Iratxe Jaio (Markina, 1976) y Klaas van Gorkum (Delft, 1975) presentan en Uhagon Kulturgunea en Markina. Esta frase entresacada de los comentarios de Camilla, una mujer de origen surcoreano adoptada por padres daneses, sobre sus recuerdos de infancia como niña diferente, revela cómo la identidad – aquí llevada hasta su extremo más narcisista e infantil – se construye a partir de la noción de Diferencia y la confrontación con el Otro.
Pero, ¿por qué hablar ahora de eso que Fredric Jameson califica como de “espejismo objetivo”? ¿Es que no se ha dicho ya todo lo que había que decir sobre una cuestión que ha adquirido, y no sólo en nuestro entorno, proporciones elefantiásicas y mucha autocomplacencia? Las portadas de los periódicos son claras: coches incendiados en los cinturones urbanos y aperturas de pasos fronterizos, macro-juicios políticos y cumbres internacionales que escenifican “alianzas entre civilizaciones”… Los discursos de pertenencia y subjetividad colectiva siguen estando en el centro de la discusión. En un mundo multicultural donde, más que entre los distintos sujetos colectivos, la tensión se origina desde la propia relación entre sujeto individual y sujeto colectivo y desde dentro de este último como noción resistente a las categorizaciones monolíticas y consensuadas, la identidad deviene en una construcción dinámica e inestable.
A lo largo de su trabajo en colaboración o de manera individual Jaio y van Gorkum han convertido esta tensión en objeto de análisis partiendo de un documental de vocación antropológica que genera narración. La ficción, en este caso en forma confesional, acompaña a este proyecto en todas sus escalas, cambiando de formato y medio según el contexto. La vida de “Camilla” comenzó en 2004 a partir del proyecto Flyer Project Seoul – This Is Not A Love Letter en forma de flyer distribuido con los periódicos de Seúl. La historia de una mujer de origen coreano cuya apariencia delata una identidad que no es aquélla con la que se identifica habla de las dificultades para conciliar identidad individual y expectativas ajenas. Y lo hace justo en el lugar, Corea, donde la marca étnica que hace que la protagonista resulte “exótica” en su medio, Dinamarca, se disuelve en lo indistinto.
Después de ocupar en abril pasado el espacio de Ad Hoc del Mugalari, este proyecto llega a la sala de Uhagon Kulturgunea en forma de instalación documental que muestra los procesos de producción, los canales de distribución y el consumo de imágenes como eslabones de una cadena ideológicamente cargada. En una primera proyección, se suceden pasajes del album de fotos de la infancia y adolescencia de una Camilla oriental rodeada de gente rubia; en la segunda, junto a una vitrina con la intervención de Ad Hoc, se registra el proceso de producción en la rotativa del Gara.
Al traer la narración de Camilla al contexto vasco, Jaio y van Gorkum eran conscientes de que la historia resonaría aquí de forma distinta pero igualmente elocuente. Esto no se debe al creciente aumento de adopciones de niñas de origen oriental, aunque es cierto que el fenómeno está contribuyendo a cambiar el de habitual monótono paisaje humano vasco. Las razones son otras: por una parte, la de la identidad – confrontada a la “otra” identidad dominante – es y ha sido “la gran cuestión” en el centro de lo que se conoce como el “conflicto” o la “cuestión vasca”. Así, en los últimos cuarenta años diversos discursos (político, institucional, cultural, mediático, lingüístico…) se han articulado alrededor de esta conciencia exacerbada.
Por otra, en los últimos ocho años, coincidiendo con la Tregua de ETA y la apertura del Guggenheim, se ha llegado a una situación de “madurez” en la manera en la que se experimenta una identidad vivida de manera conflictiva, algo que Txomin Badiola resumió con el “ya es hora de utilizar la ikurriña igual que Jasper Johns empleó la bandera americana: con ironía y falta de sentimentalismo”. Las artes visuales fueron las primeras en identificar la necesidad de desacralización y exorcismo: artistas como Ibon Aranberri, Asier Mendizabal o el propio Badiola incorporaron símbolos de la hasta entonces intocable imaginería vasca en propuestas que no eludían la ironía pero tampoco la falta de distancia. Este proceso se “normalizó” por vía mediática hace tres años a través de los anuncios de EITB o los gags de “Vaya semanita”.
La última razón se presenta con una vuelta de tuerca en el espacio de Uhagon. El escenario ha cambiado. Ya no sólo nos encontramos ante un conflicto identitario nacido de la confrontación entre dos identidades sino, debido a la inmigración, ante una sociedad más multicultural. Esta nueva realidad actúa como disolvente sobre las antiguas estructuras y plantea nuevas cuestiones como, por ejemplo, cómo afrontar la integración. Lea Artibai es una comarca peculiar en cuanto a este asunto, al contar con una nutrida comunidad senegalesa, en gran medida masculina y musulmana, que vino para trabajar en la pesca y ha terminado estableciéndose en la zona.
El año pasado, la Mancomunidad de la comarca sacó un calendario donde se recreaban las vistas amables e idealizadas del paraíso rural de la pintura etnológica de los Zubiaurre y los Arrue, mundo moribundo ya para cuando éstos lo pintaron hace cien años. La vuelta de tuerca estaba en que los biotipos clásicos vascos de la celebración grupal se veían sustituidos por inmigrantes de orígenes étnicos diversos vestidos con los trajes típicos vascos. Algunas de estas fotografías se han colocado en la sala contigua a “No podía creer…” en Uhagon a modo de contrapunto contextual. Un anhelo de cohesión social sobrevuela estas estampas de fantasía solidaria (siempre demasiado cerca de su reverso totalitario) en sepia.